lunes, 13 de febrero de 2017

RETO EN VESPA. MARRUECOS 2016: Merzouga - Dades

DOS GARGANTAS Y UN REVENTÓN
O UNA NOVIA BEREBER

El día amaneció nublado en las dunas, con lo que a pesar del madrugón nos perdimos la salida del sol en el desierto.

Para volver a los vehículos, debíamos desandar en camello el mismo camino del día anterior. Al otro lado del erg también nos esperaba en la kashbah un buffet libre para desayunar, mezcla ideal entre desayuno europeo y marroquí. Un buen comienzo para embarcarse en una nueva jornada, esta vez hacia el oeste.


La carretera de Merzouga hacia Rissani

Ya con las nubes disueltas por el sol, quedé con otros compañeros en la gasolinera de la salida de Rissani y emprendí la marcha. Hoy el resto de moteros harían pistas de tierra para visitar las esculturas de la Escalera de Orión y la Ciudad Celestial, en las proximidades de Erfoud, un lugar fuera del alcance de una Vespa o de un turismo (según las investigaciones previas que realice en algunos foros antes de salir de España). Lo que sí estaba al alcance era la Cárcel portuguesa, unos 13 km más alla de la gasolinera, en nuestro camino hacia las gargantas del Dades.



Me reagrupé en el cruce de la N13 con la N12 con los cinco equipos con los que esa noche compartía hotel, y les guie hasta la entrada a la cárcel portuguesa. Fue aquí donde comenzó la “diversión”. En algunos foros leí que los poco más de tres kilómetros y medio de pista que separaban la cárcel portuguesa de la carretera se podían realizar con turismo; así que tras consultarlo con la conductora del vehículo que iba en cabeza (Aitana con su A3) nos salimos del asfalto.

Se trata de una pista en medio de la hamada, sembrada en muchos tramos de piedras afiladas y oscuras. Yo con la Vespa las podía esquivar con cierta facilidad, mientras que los turismos (incluyendo un VW Touran y un Dacia Duster de alquiler) iban quedando poco a poco atrás.

La pista llegando a la cárcel portuguesa.

Al llegar a nuestro destino, fui consciente de la primera incidencia: el A3 de Aitana venía con una rueda trasera totalmente destrozada. Al cambiarla descubrimos que la rueda de repuesto no era como las originales, sino más estrecha, para circular a velocidades inferiores. Si en el camino de vuelta a la carretera esa rueda se dañara, íbamos a tener un problema grave…

Desde dentro (en mi posición estándar)

Después de las fotos, el cambio de rueda y algún enfado por la decisión de llevarlos por aquel camino, reemprendimos la marcha. Yo iba de nuevo en cabeza junto con el Duster de Rosana y Vicente (que dos días antes se habían quedado aislados cruzando el Atlas debido a la tormenta de nieve).

Al llegar a la carretera vimos que el resto de vehículos se había detenido a mitad de camino y que todo el mundo estaba fuera de los coches rodeando el A3. Nos temimos lo peor. Volvimos al punto donde estaban nuestros amigos y descubrimos la segunda incidencia del mismo coche: se había quedado atascado en el único banco de arena que atravesaba la pista.

Tras llevar a cabo diversas estrategias que incluyeron la excavación de la arena con la que tocaban los bajos del vehículo, levantarlo con un gato y la búsqueda de piedras grandes y planas que pudieran servir de base sólida bajo las ruedas tractoras, Vicente consiguió sacar al Audi de allí.


Momento en el que por fin sacábamos el coche de la arena.

De nuevo nos adelantamos el Duster de Rosana y Vicente y yo hasta la carretera, pero cuando llegamos al asfalto comprobamos otra vez que todos los vehículos se paraban a menos de 100 m del final de la pista.

Tercera incidencia: ¡de nuevo el Audi tenía problemas! Desde una de sus ruedas delanteras salía un chirrido muy preocupante. Tuvimos que volver a sacar el gato para extraer la rueda y buscar el problema.

Parada para resolver la última incidencia (foto de Elena Tato).

El disgusto de Aitana durante el primer problema se había vuelto enfado con la segunda incidencia, y ahora se había transformado en incredulidad con este nuevo problema. Finalmente, tras varios intentos se consiguió que la piedra causante del chirrido cayera de algún lugar del disco de freno.

A partir de ahí todo era asfalto, aunque dos años atrás me encontré con que en esa misma carretera N12 había un tramo bastante largo con muchos socavones. Esto haría que los 90 km hasta Alnif, donde estaba el desvío hacia el norte para cruzar el anti Atlas, pudiera llevarnos casi dos horas en recorrerlo. De todas formas, el Audi no podría superar los 80 km/h con la rueda de repuesto. Debíamos confiar que en Tinehir, la ciudad de entrada a las gargantas del Todra, hubiera manera de conseguir una rueda nueva. Si no era allí, al día siguiente en Ouarzazate seguro que se podría solventar el problema.

Por suerte, me encontré con que la carretera había sido reparada y estaba en perfectas condiciones. Así que de nuevo nos fuimos disgregando y cada equipo hizo el camino a su ritmo.

Gran parte de este tramo atraviesa una región con aspecto de sabana al pie de la zona más suave de la cordillera del anti Atlas. Una llanura entre colinas no muy altas, atravesada por barrancos desde el norte hacia el sur, y salpicada de árboles achaparrados que recuerdan a las acacias típicas de las sabanas del centro del continente. Los contrastes del paisaje seguían sucediéndose a lo largo del viaje. Sin duda uno de los aspectos que más valorarían luego los participantes del Desafío en las Dunas.

En el pueblo de Alnif abandoné esta carretera N12 y me encaminé por la R113. Serían 45 km hacia el norte, atravesando el puerto de Tizi n’Tfrkhin para llegar a la N10, que corre en paralelo al otro lado de la cadena montañosa. Las carreteras marroquíes, sin contar las autopistas, se clasifican en N, R y P según el orden de importancia; y nuestro amigo el motorista Manuel Rubio sugirió que esta clasificación atiende a los conceptos de Normal, Regular y Peor.

El caso es que esta carretera R113 estaba en muy buenas condiciones, especialmente en el tramo del puerto, que se eleva hasta los 1.274 m de altura desde los 876 de Alnif. Lo subí al ritmo trantranero de mis 125 cc, y una vez arriba ya bajé con más alegría hacia la llanura que se encajona entre las dos cordilleras.

A continuación seguí por la N10 hacia el noroeste, atravesando una zona un poco más urbanizada, con casi la mitad del trayecto hasta Tinehir franqueado por construcciones dispersas. Comprobé con alivio que entre los locales que daban a la carretera también abundaban los negocios de neumáticos. Esto es algo que, a lo largo de unos cuantos viajes, he visto que es común en los países donde el estado de las carreteras es mejorable.

Si el modo de urbanización típico en estos lugares, desarrollándose a lo largo del camino, no es precisamente muy atractivo, las vistas fuera de las poblaciones tampoco es que se libren de lo anterior. Poco antes de llegar a Tinehir vi con desagrado algo de lo que ya me habían hablado en el pasado como un problema común en muchas zonas de África: las bolsas de plástico. Un mar de bolsas azules atrapadas por los matorrales de la estepa inundaba algunos tramos del paisaje.

Desolador.

Llegué a la ciudad con el depósito en las últimas y fui a echar gasolina antes de subir río arriba hacia las gargantas, en busca de mis amigos. Algunos de ellos me habían adelantado un rato antes, otros estaban aún en camino.

Y encontré a los dos equipos que me habían pasado. Estaban en el establecimiento de la familia el Mabrouk, junto al mirador desde el que se puede contemplar el inmenso oasis que forma el río Todra al salir de las gargantas que llevan su nombre. Allí estaban a orillas en la carretera tomándose unas mirindas. Aquí fue donde ligué.

Wikipedia commons.

Gasgantas de Todra (Wikipedia Commons)

Las mujeres al cargo del negocio, una tienda sin existencias pero con unos salones amplios que podían servir lo mismo para cualquier tipo de celebración como dormitorio comunal para mochileros, con unas vistas fantásticas al oasis; eran dos torbellinos. Una de ellas se me agarró del brazo, y de forma aleatoria lo mismo quería subirse en la Vespa que me llevaba al interior del negocio en su forma de decirme “mira guapo, que tengo tierras”. También me pidió insistentemente mi número de teléfono. Simpatiquísima, pero no era mi tipo de mujer bereber.

Visto que en ese momento tampoco tenían mucha comida para empezar a cocinar, nos fuimos a comer a los alrededores de la plaza ajardinada del centro de la ciudad, junto a la carretera. Como éramos muchos decidimos dispersarnos por diferentes bares de la zona, para evitar colapsar con 19 personas el restaurante donde nos metiéramos todos. Además, Aitana debía solucionar su problema con el recambio de la rueda.

Mis compañeros de comida y yo optamos por un bar en el que vimos que tenían pollos girando sabrosos en los espetos de un asador. Una comida rápida, ya casi lista para servir. Era una buena opción evitar las típicas esperas a la hora de comer en el mundo rural marroquí. O eso creíamos…

Nos subieron al piso de arriba y nos dejaron solos en el salón. Al menos teníamos buenas vistas sobre el parque y las terrazas de los cafés en la calle. Mientras tanto, el encargado repetía las típicas operaciones para poner la mesa sin ningún tipo de patrón lógico. La comida ya llegaría. ¡Prisa mata!

Mientras tanto, Juanma y Aitana consiguieron que un tipo con un Renault 12 se comprometiera a traerles una rueda nueva para el Audi durante la hora que tardarían en comer. El paisano se les presentó cuando vio los esfuerzos que estaban sufriendo para que un policía entendiera que estaban buscando un sitio donde cambiar la rueda reventada. Hay veces en las que un buscavidas sí puede arreglarte el día.

Después de comer, como era habitual, salí el primero con la moto para compensar mi menor velocidad en campo abierto. Algunos de los amigos con los que estaba compartiendo etapa fueron a ver las gargantas del Todra. Yo tenía por delante unos 50 km en dirección suroeste por la N10 hasta Boumalne Dades, y desde ahí otros 30 km por una carretera de tipo R (regular según Manuel Rubio) internándome hacia el interior de las gargantas del río Dades.

Conforme iba avanzando por la carretera nacional el cielo se oscurecía a mi derecha, con unas nubes negrísimas asomando sobre las primeras estribaciones del Alto Atlas. En ocasiones, a esa amenaza de lluvia se le unían ráfagas de viento lateral y de frente que barrían la llanura desnuda y desolada por la que circulaba. Tan solo en un par de puntos había pequeños atisbos de oasis en el pie de torrenteras que bajaban desde las montañas. En esta zona las marcha fue un poco penosa debido al viento, pero por fin llegué a Boumalne Dades.

Entrada a la provincia de Boumalne Dades.

De repente, la llanura se abre y la carretera baja al fondo del valle del Dades, 60 m más abajo. La frondosidad de los huertos, el verde de las palmeras y el bullicio en las calles en las paredes del cañón, contrastan con la monotonía solitaria de los minutos anteriores. Más contrastes.

Crucé el río y giré a la derecha. Sólo me quedaban los últimos 28 km hasta llegar al hotel por la carreterilla que sube río arriba por el fondo de la garganta. Aquí de nuevo más contrastes: el verde oscuro de la vegetación, el rojo intenso de las paredes del cañón y el blanco de la nieve que se ve allá arriba en las cumbres. Faltaba el azul del cielo limpio, esta vez sustituido por la amenaza de las nubes. Sin duda en las últimas horas o días había llovido bastante por allí, porque había lugares en los que la carretera estaba sucia con signos claros de haber sido desbordada por las torrenteras. También había evidencias de que el mismo río había cortado el camino en el punto donde éste saltaba a la otra ribera.

Poco a poco el cañón se fue haciendo más angosto, con el río y la carretera encajados bajo laderas que en algún caso tienen hasta 700 m de desnivel. Y mientras la garganta se estrechaba, el día se oscurecía. Estaba casi tan al sur como en las dunas de Merzouga, pero en el fondo de un barranco estrecho y profundo, así que llegué casi de noche a La Gazelle du Dades.

Una vez más, mi Vespa y yo habíamos sido los primeros en llegar a destino. Así que durante un buen rato pude relajarme disfrutando del té y los frutos secos que el encargado de la recepción me ofreció para que me repusiera del viaje.

Más tarde fueron llegando el resto de compañeros con los que tenía reserva, pero también los equipos de motoristas y las asistencias de unos de ellos; a los que había chivado por la mañana dónde dormiríamos.

El día se había hecho largo, pero en aquel hotel al pie del acantilado encontramos un refugio agradable para contarnos unos a otros las incidencias de la etapa y planificar la siguiente. A partir de este punto ya no teníamos nada planeado.

El making off del diario de Manuel Rubio en el vestíbulo del hotel.

Quedaban 5 días hasta el lunes y recibíamos noticias de que el puerto de Tizi n’Tichka (la principal ruta para cruzar el Atlas) estaba cerrado por la ventisca (incluso algunos rumoreaban que había medio metro de nieve en el aeropuerto de Marrakech), así que intentarlo por otras rutas secundarias con pistas sin asfaltar (mi intención original) era un tanto arriesgado.

Un guía turístico marroquí me estuvo contando que por las gargantas del Dades era imposible subir, según contaban unos lugareños que habían estado esa tarde por allí en todoterreno. Y de paso me recomendó una subida alternativa al Tizi n'Tichka, para llegar a la cima por otro camino de paisajes más impresionantes.

Deberíamos esperar a las noticias de la mañana siguiente para saber si podríamos cruzar o no las montañas, o hacer una ruta más larga hacia la costa, y subir desde Agadir. Tras el desayuno lo veríamos todo más claro. Por esta noche, lo mejor que podíamos hacer era disfrutar de la cena, la compañía y la música en directo.

Fuera comenzaba a nevar.



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