domingo, 1 de junio de 2014

LA VIDA RESUELTA (crítica teatral)


Se dice muchas veces como un deseo ("quién tuviera la vida resuelta") o con envidia ("claro, como tiene la vida resuelta no ha de preocuparse por esto o por aquello"), síntoma de que se trata de algo realmente complicado de conseguir, un reto del que no somos conscientes cuando somos unos críos y nos preguntan que qué queremos ser de mayores.

¿Nos queda algún recuerdo de aquello? Si uno se para a intentar recordar qué quería ser de mayor cuando era pequeño, puede que el resultado sea un poco deprimente. Lo más probable es que ocurra una de estas dos situaciones: o bien no se ha cumplido el deseo infantil y nuestra vida ha discurrido por senderos muy distintos (generalmente una mezcla entre ser arrastrado por la corriente y pequeños éxitos en la consecución de algunos objetivos), o bien realmente no nos acordamos porque por el camino nos han borrado de un plumazo las expectativas: lo habitual es que sea en las últimas fases de la adolescencia cuando, los que más suerte tengan, vean un camino más o menos marcado o unos objetivos más o menos factibles hacia los que dirigirse.

Pero aunque consigamos esas metas, sigue habiendo un problema de base: casi siempre se ha enfocado la pregunta y la respuesta sobre lo que queremos hacer con nuestras vidas al tema laboral, es decir, desde niños nos encauzan hacia el "vivir para trabajar" en lugar del "trabajar para vivir".

Cuando somos pequeños no nos dicen que la vida generalmente fácil y resuelta que tenemos cuando somos unos infantes, en la que no hemos de luchar por casi nada de lo que tenemos, nos dará un buen guantazo cuando dependamos de nosotros mismos. De repente llegará un día en el que te das cuenta de que tienes unas vacaciones reducidísimas (si tienes la suerte de tener trabajo) para hacer lo que realmente quieres, que tienes unos horarios ajustados y que "final de mes" es la única meta en la que da tiempo a pensar. Y todas estas percepciones están gobernadas y dirigidas por la cuestión laboral, relegando los temas personales, la realización de otros sueños y la consecución de la felicidad a un plano paralelo casi marginal en el que no da tiempo a pensar porque estás saltando de un metro a un autobús para llegar al trabajo, calculando el tiempo que tienes para hacer la comida que meterás en el tuper del día siguiente o pensando qué cantidad del sueldo del mes que viene tienes ya hipotecado.

Y mientras tanto... ¿Qué hemos hecho con nuestras vidas? ¿Dónde hemos dejado las relaciones interpersonales y los sueños de niñez e incluso de juventud?

De esto último habla La vida resuelta: una comedia constante donde los golpes de cruda realidad van sucediéndose entre chistes que no son chistes, sino la vida misma. Y te das cuenta de que quizás tu vida es así: números que hacen reír desde fuera pero que te impiden ver que te están toreando, que te estás perdiendo lo mejor de los demás por triunfar (o salir adelante) en el trabajo, que no ves que eres incapaz de tomar la decisión adecuada para tirarte a la piscina, o incluso que estás manipulando egoístamente a los demás pensando que eres tú la víctima.


En escena dos parejas y una futura madre soltera pendientes de quién conseguirá plaza para su hijo en una exclusiva guardería. La obsesión por conseguir lo mejor para tu descendencia, quizá síntoma de que no lo has podido conseguir para ti mismo, hace que estos cinco personajes (realmente cuatro, porque la inocente e ignorante Lluvia, personaje divertidísimamente interpretado por Adriana Torrebejano, es el contraste veinteañero que remarca el fracaso de la generación precedente, la de los sobradamente preparados treintañeros del resto del reparto, a quienes el destino les ha hecho un truco de tahúr); decía que la obsesión de estos cuatro personajes por conseguir lo mejor para su descendencia deja al descubierto sus fracasos y carencias; desde el forever young interpretado por Javier Mora, que se refugia en una novia mucho más joven (la mencionada Lluvia) y con la que se mueve en moto para negar su edad, hasta la pareja de semitriunfadores que encarnan Laura DomínguezCarlos Santos, pasando por la ¿quizá? (no quiero dar pistas) desequilibrada futura madre soltera que interpreta Cristina Alcázar.

¡Pero ojo! No os confundáis. Esta obra no es una representación de la bajona emocional de la que os estoy hablando, muy al contrario, los guionistas Marta Sánchez y David S. Olivas tejen una comedia ágil en la que demuestran su maestría para los diálogos vivos llenos de réplicas y contrarréplicas, con cinco personajes en escena que lo dan todo y que son capaces de hacernos reír al mismo tiempo que nos plantan frente a un espejo en el que leemos lo jodidos que estamos.
Sobre la interpretación, hacía tiempo que no veía en el escenario una química como la de estos actores entre ellos, que tienen a los personajes y la situación dentro de sí mismos, tanto para el momento de la risa como para el momento de la punzada reflexiva. Y esto no es sólo mérito de ellos mismos sino del director Juan Pedro Campoy y su equipo de La Ruta Teatro, de quienes ya pude ver Perversiones sexuales en Chicago la pasada temporada, demostrando que tienen un buen olfato para escoger obras que hablan de lo que nos está pasando ahora a ti, y a mí, y al de más allá, y al que pasa por tu lado...

Eso es, para ver que aún hemos de hacer mucho para tener La vida resuelta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario