Las manos
siempre limpias, eso es esencial: no querrás que otros sabores
contaminen el tesoro en el vas a emplear tus dedos, ¿verdad?
Si el fruto es bueno y si su
carne voluptuosa y dulce está en su momento, sólo con presionar firme en el
punto justo, conseguirás que se te abra generoso. También puedes usar, con suavidad, la
uña, raspando delicadamente su piel.
Una vez que se te ha abierto, y con el
hueso fuera, has de manipularlo con cuidado y abrirlo todo lo que se deje. Pero sin forzar. No hay prisa.
Tampoco la hay para untar su interior con una aplicación
cuidadosa, paciente, con mimo, repartiendo de forma uniforme, llenándolo todo para
conseguir el máximo contraste de sabores: la suavidad dulce del
dátil contra el carácter fuerte del queso para untar.
Y por último la almendra, plantada
y medio hundida en mitad de la suavidad blanca de queso que rebosa dentro del
dátil, como un clítoris desvergonzado que asoma entre unos labios abiertos y
carnosos.
Degústalo sin prisas.
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