miércoles, 3 de julio de 2013

MEMORIAS DE TECH HUAN. Cap 1: De la Casa de Aprendizas (IV)

Previously, at Tech Huan Memories....


Después del primer encuentro con Gagga, semanas antes, y con ayuda de Cipango, había propiciado que las chicas compartieran las experiencias, que los secretos no existieran entre ellas y que en ningún momento ninguna de las componentes de la comunidad que poco a poco estaban creando se considerara por encima de las demás o se creyese favorita frente a las otras. Dada su situación y las circunstancias de su llegada hasta el redil de Norton San Luis y Liberta Adler, ésta y yo pensamos que crear un grupo unido y solidario de iguales haría más efectivo el trabajo. El vínculo de la colectividad, surgida de la necesidad de convertir en natural una vivencia compartida entre ellas, desinhibiría las posibles reticencias que en su vida anterior pudieran haber sido fijadas en la educación recibida desde sus sociedades de origen. Pero esto no era impedimento para no dejar de atender a cada una de ellas de forma particular según sus cualidades más destacadas. Así por ejemplo, la belleza insultante de Mirena, con sus curvas y pechos de mestiza ardiente, no necesitaba más que de prendas mínimas, potenciación de su carácter de por sí extrovertido y saber frenar en los hombres, sin que éstos se dieran cuenta, el deseo instintivamente primario que sus profundos ojos negros despertarían de forma invariable: Mientras que la feroz e inteligente combatividad verbal de Aireen, debería ser instruida para atraer con la dialéctica a aquellos visitantes menos proclives, al menos de forma reconocida, a los excesos pero capaces de ser seducidos mediante la confrontación verbal.
Por otro lado, Norton San Luis había conseguido el nombramiento como obispo embajador de la Nueva Iglesia Mentiniana, cargo que le daba salvoconducto para moverse libremente entre sistemas planetarios enfrentados, dentro y fuera de la Liga. Así, en sus habituales viajes de negocios, que ahora tomaban también el carácter de diplomáticos y evangelizadores, aprovechaba todos sus encuentros con todo personaje poderoso o que potencialmente pudiera convertirse en alguien influyente para recabar datos pedidos por su mujer. En sus misiones ecuménicas extendía su red de informantes, la misma que meses atrás saboteó los sistemas de navegación de la nave de mi anterior amo, y lograba contactos en despachos de múltiples planetas. Esta labor era parte esencial del plan: conocer las debilidades, predilecciones, psicología y posibilidades de aquellos que tarde o temprano conocerían a mis aprendizas. De esta manera, la forma física, la educación y habilidades de las chicas serían enfocadas tanto grupal como individualmente a la satisfacción, o mejor dicho encandilamiento, de quienes tarde o temprano gobernarían la economía, la política, la religión y las fuerzas militares del Universo.
Y yo, con la ayuda de Liberta Adler, debía crear en el grupo de jóvenes muchachas el deseo de satisfacerme, la necesidad del sexo, el voluntarismo hacia la misión de retozar con los invitados esperando el premio de mi aprobación y mi compañía más íntima. Debía ser un juego, una competición amistosa en la que las reglas a seguir serían las de la sexualidad y la sensualidad placenteras, proporcionadas por ellas. La recompensa sería colmar la necesidad de su satisfacción con la inagotable capacidad de mi miembro, siempre dispuesto para todas; la promesa de mis caricias y mis nuevos secretos.
Días más tarde del capítulo de la lluvia, Liberta Adler me hizo llamar a sus habitaciones. Vestía uno de sus camisones de lino blanco, sin atar, tal y como solía hacer en sus espacios privados, sin ropa interior, mostrándome de forma velada las curvas aún jóvenes de sus pechos y la suavidad de sus muslos. En la cama tenía un frutero con diversas piezas, me ofreció distraídamente un komboloi que estaba fuera del recipiente.
–Dime Tech –comenzó con cierto aire de preocupación–, ¿tú crees que estamos haciendo bien con esas chicas?
Liberta Adler sabía perfectamente que la pregunta, dirigida a mí, estaba mal formulada. Yo no creería si se hacía bien o mal, podría juzgar los hechos según diferentes reglas morales o éticas, que en ningún momento me quitarían el sueño; y determinaría según cada escala de valores cómo sería aceptada la idea en según qué ámbitos. Pero supe que ella no buscaba esa respuesta. La conclusión a la que llegué, tras evaluar los aspectos que conocía de Liberta Adler y las conversaciones que sobre el asunto teníamos periódicamente con su marido Norton San Luis, era que estaba empezando a ver a las jóvenes aprendizas como parte de su grupo, eran en gran medida una creación suya, y los avances a los que estábamos llegando eran hasta el momento plenamente satisfactorios. Pero ella temía que algo saliera mal y finalmente sus chicas, tras el esfuerzo invertido en ellas, corrieran peligros imprevistos. Contemplaba la posibilidad de que se les estuviera forzando psicológicamente por un camino que terminara por volverse tortuoso e incompatible con sus planes. Tras hacer varias proyecciones y estimaciones de sus pensamientos, llegué a la conclusión de que quería escuchar algo con lo que autojustificar lo que estábamos haciendo. Sopesando todas las posibilidades y situaciones posibles, y dadas las circunstancias del matrimonio San Luis- Adler, llegué a la conclusión de que el escenario planteado para las muchachas no era, objetivamente, el peor posible.
–Señora –comencé a hablar con tranquilidad mientras iba desgranando poco a poco el komboloi que tenía en mis manos–, usted conoce sobradamente que el bien y el mal a lo largo del espacio y del tiempo son conceptos relativos. –Ella se sentó en el borde la cama para escucharme con atención–. Si bien es verdad que según se ha comprobado a lo largo de la Historia de la Humanidad hay una evolución, en apariencia errante y que en ocasiones se torna en involución, que ha establecido ciertas líneas rojas, más bien franjas difusas, que marcan una frontera de máximos y mínimos entre lo que se supone éticamente aceptable y lo que no. Lo que queda dentro de esas franjas, a veces muy amplias, es lo ambiguo, de fronteras siempre imprecisas.
Liberta cruzó los brazos y esbozó media sonrisa. Parecía intuir el hilo de mis razonamientos.
–Abstraigámonos de sus intenciones últimas de establecer un sistema de clientelismo e influencias para gobernar subrepticiamente, situación que objetivamente resta posibilidades de desarrollo a algunos sistemas o poblaciones, en beneficio de nuestra estructura. Un sistema sujeto a la arbitrariedad pero que a su vez, si se cuenta con el factor paternalista y protector de quienes estén en la cúspide, que tampoco deja de ser un factor arbitrario; puede traer oportunidades y riqueza a otros sujetos que de otra forma estarían sometidos a sistemas de gobierno ineficaces aunque más justos según el paradigma vigente durante siglos…
–Me abstraigo de eso –me cortó ella con cierta seriedad–. Seguro que eres capaz de ir al grano de una forma más sucinta, mi querido Tech. –Terminó cogiendo uno de los granos de komboloi que tenía en mis manos.
–Por supuesto señora, ruego me disculpe.
–Sigue –autorizó restando importancia con un gesto despreocupado de su mano.
–Iré al grano. ¿Qué sería de estas jóvenes si en el puerto espacial no las hubiésemos reclutado? Las más afortunadas habrían ido a parar al servicio doméstico de alguna familia de comerciantes de rango medio, donde es incluso posible que alguna de ellas terminara por ganarse el favor de algún amo benévolo y enamoradizo que abandonaría a su mujer o la dejaría embarazada, obteniendo así los derechos de un hijo bastardo. Pero lo menos extraño en estos casos es que acabaran engrosando las listas de burdeles de la ciudad o de los otros puertos del planeta, maltratadas sexualmente y con pocas opciones a vivir más de cinco o diez años antes de que la enfermedad o cualquier cliente o patrón insatisfecho las mataras en medio de una borrachera. Es cierto que aquí también han sido reclutadas con un fin sexual, pero las posibilidades y opciones que se abren a cada una de ellas son estadísticamente mejores que muchas de las obtenidas en los escenarios anteriores. ¿Quién sabe si incluso en sus planetas de origen sus destinos estaban ya decididos? Aunque ese capítulo de su destino no es responsabilidad nuestra –a Liberta Adler le gustaba que me incluyera en sus planes como parte del equipo responsable–. Se puede argumentar en contra de este razonamiento, por supuesto, exponiendo las consabidas pegas del concepto de la jaula de barrotes de oro, o usando la máxima romántica de los que gritan que es preferible morir de pie a vivir de rodillas. Pero se ha visto a lo largo de la Historia que estas percepciones no dejan de ser matices dentro de esa difusa franja fronteriza que se intuye entre el bien y el mal.
–Pero –objetó Liberta con mirada incisiva–, se les priva de la libertad, y eso es algo que se pensaba que era una conquista de hace siglos y que ya no se perdería.
–Podríamos empezar aquí un interesante y estéril debate sobre la libertad, señora –respondí–. Pero la libertad que les robamos, ¿no sería quizá miserable? Quizá con un abanico amplio de posibilidades, es probable, pero en su mayor parte pésimas. Sin embargo, y haciendo proyecciones sobre la situación en la que tenemos a nuestras aprendizas, se encuentran en una jaula dorada en libertad provisional. En cierto modo las hemos cegado para que no vean los barrotes de su prisión, las hemos condicionado a que piensen en que ésta será una vida aceptable. La mente humana tiene un alto grado de resiliencia emocional, como usted bien sabe; es sorprendentemente adaptable. Ellas no saben que están viviendo de rodillas. Tarde o temprano habrán de saberlo, pero para entonces tendremos eficaces cortesanas que –y aquí hice hincapié puesto que iba a exponer una idea que llevaba desarrollando hacía tiempo en mis proyecciones– habrán de volar fuera de este planeta.
–¿Qué quieres decir? –se extrañó Liberta Adler.
–Es fácil señora: los hombres que vendrán a La Casa de Aprendizas variarán con el tiempo, las chicas también deberían evolucionar a otros estadios conforme los «clientes» sean otros y las necesidades distintas. Mis proyecciones me dicen que muchos de los poderosos que vengan se encapricharán con algunas de ellas; y que nos serán más útiles fuera que dentro.
–¿Un servicio de información femenino? –sonrió maliciosamente ella acariciándose con un grano de fruta en los labios.
–O matrimonios de conveniencia como hacían las grandes casas reinantes en la vieja Tierra con sus hijos. Sólo que en estas circunstancias no entregarán a sus hijas, sino a cortesanas educadas para satisfacer en la mayor medida a aquel hombre que sepa ganarse el respeto y la admiración de nuestra muchacha, al a que hemos de hacer ver que cuidamos como si fueran de la familia San Luis-Adler.
–Interesante –respondió ella–. Podría considerarse como una forma de ganarse la libertad de nuevo y con una estatus envidiable.
–Habríamos de preocuparnos de que sólo aquellos poderosos capaces de hacer cualquier cosa por ellas, y por tanto los más manejables a la vez que serviles, fueran los que obtuvieran su premio.
–Hemos de pensar todo esto, Tech. –Se levantó de la cama y apretó mi hombro con una de sus manos, su particular muestra de afecto–. Pero antes hemos de ver el resultado de nuestra primera hornada, e ir pensando en introducir muchachos. Los informes que me pasa Norton apuntan a que no podemos descuidar ese flanco.
–Para la próxima primavera estaremos preparados para presentar en sociedad a las chicas –pronostiqué–. A partir de ese momento, y según el éxito, podremos hacer previsiones para nuevas candidatas y candidatos.
–Excelente Tech. Norton y yo estamos muy satisfechos contigo –me halagó antes de morder sensualmente el grano de komboloi con el que jugueteaba–. Puedes irte, yo voy a seguir practicando aquello que enseñaste a Antha. –Y me dedicó una de sus sonrisas más provocadoras.
Me di la vuelta y saboreé los frutos que me había dado cuando entré y que aún tenía en mis manos. Percibí en ellos un sabor conocido, diferente al del komboloi pero no menos intenso.


CONTINUARÁ

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